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Ceci Jurado

Síndrome del Impostor, Ansiedad de la Productividad, y Otros Bellos Diagnósticos

(Post original escrito en octubre 2020)


(*El síndrome del impostor es tan hijo de su madre que me ha visitado ahora, empezando a escribir sobre el síndrome del impostor. Dice que quién soy yo para hablar sobre esto. Que quién va a querer leerme sobre este tema. Que cualquier intento de explicarlo va a terminar pareciendo una lamentable pesca de cumplidos. Esta vez le he respondido que si sobre algo considero tener experiencia en esta vida es sobre este bendito síndrome, y que esto es lo único que no puede quitarme.)


Toda la vida me ha parecido interesante explorar el tema del "artista atormentado". No cabe llamarlo un mito porque ejemplos tenemos de sobra: la actriz que abusa de substancias, el músico con depresión severa, el poeta suicida, el artista que se cortó una oreja. De hecho, es tan común el estereotipo que hay científicos en la búsqueda de un posible vínculo entre las personas altamente creativas y los trastornos psiquiátricos (no vamos a discutir los resultados pero les dejo un par de artículos con los estudios al final). Se normalizó tanto que el artista sea sinónimo de excentricidad, enfermedades mentales, pobreza, excesos, o inestabilidad que hasta se ha llegado a temer esta figura y todo lo que conlleva que alguien pertenezca al mundo del arte. Existen muchos factores externos que pueden "complicar" la vida de un artista, empezando por el elevado costo de producción de lo que creamos y lo demorada que es la recuperación de esta inversión (digo esto, por no entrar siquiera al terreno del poco valor que se le da al arte, en general). Pero, ¿para qué preocuparnos ahora por los factores externos, si tenemos bastante con los internos?


A mi manera de verlo, un gran componente de este "tormento" que vivimos los artistas es el síndrome del impostor: esos pensamientos casi imposibles de escapar que nos hacen cuestionar si pertenecemos, si somos lo suficientemente buenos en lo que hacemos, si estamos engañando a la gente inconscientemente, si merecemos lo que hemos logrado o si lo logramos por pura suerte, y no menos importante, si llegará el día en que finalmente descubran que somos un fraude. Si quienes leen esto son como yo, sentirán una pizca de alivio al saber que esto tiene un nombre y que lo sufren muchas personas alrededor del mundo, sean artistas o no. También puede sonarles familiar que hay ciertos perfiles de personas que tienden a sufrir este síndrome más que otros: los perfeccionistas, los independientes (léase: incapaces de delegar), los sabelotodos, los inconclusos o esos que JAMÁS consideran que una obra está terminada, y las "superpersonas" o aquellas que necesitan trabajar más duro que el resto para demostrar que no son impostoras.


Como artistas, la naturaleza de nuestro trabajo nos vuelve especialmente vulnerables a este síndrome: exponemos nuestras más íntimas vivencias a través de nuestra obra para el deleite y disección de otros, estamos sujetos a críticas subjetivas en un ambiente altamente competitivo, no todos llegamos al nivel académico o de preparación más alto que hay, somos nosotros quienes debemos decidir cuando algo "está terminado", y como artistas, nos cuesta separar nuestra vida personal de nuestro trabajo, porque más a menudo que no, son exactamente intercambiables. Siempre habrá un estándar que cumplir, un trabajo pasado que superar, y una cima que se desvanece apenas la tocas con las manos.


A esta ensalada de inseguridades le agregamos una cucharadita de trastornos mentales porque, ¿A quién engañamos?, estamos 2020 y nadie se ha salvado de sentir ansiedad. Vivimos en un mundo en donde reina la inmediatez en todos los ámbitos, y especialmente en donde los artistas se ven obligados a producir y exponer rápidamente para poder competir contra la saturación y bombardeo de información que recibimos todos a diario. Como todo tiene un nombre, esto se llama "Productivity Anxiety", o ansiedad de la productividad. En mi experiencia, he llegado a sentir que no puedo disfrutar de mis ratos libres o de estar con mi familia porque siempre hay algo que "debería estar produciendo", ¿Según quién? No sé. La comparación es un mal que carcome, y es algo que inconscientemente alimentamos a diario con el simple hecho de dedicarle tiempo a las redes sociales. Nuevamente, esto no es algo que sufren solamente los artistas, pero para algunos es especialmente amenazante saber que se lanzan 24,000 canciones al día y que somos como un átomo en medio del universo. Estoy segura que existen infinitos ejemplos de esto fuera del mundo de la música.


Hay muchísima tela que cortar sobre este tema, por eso no quisiera terminar este post sin intentar darle la vuelta y por lo menos mencionar las prácticas o consejos que a MI me han ayudado, no a superar, pero por lo menos convivir en paz con el "tormento". A riesgo de quedar como hippie ante algunos "tiburones" del mundo laboral, diré que las afirmaciones diarias me han ayudado a interiorizar muchas cosas que ya sé pero que mi mente a veces no quiere racionalizar: soy suficiente, confío en que tengo la habilidad para crear lo que quiero crear, todo llega en el momento en que tiene que llegar, no me otorgo la responsabilidad de cambiar el mundo entero; con cambiar a una persona soy feliz. Las escribo, las repito, las medito. Debo confesar que he sido la primera escéptica en estas cuestiones y la primera en dudar de que realmente funcionen. Un par de meses de práctica después, puedo decir que empezar mi día dejando estas ideas por sentado hacen toda la diferencia en mi proceso creativo y en mi bienestar emocional. En todo caso, vale la pena el intento, y es importante recordar que "sometimes you look foolish, you feel foolish, but you do the thing anyway." (The Go-Giver, Bob Burg)


Otro consejo que recibí hace poco de un amigo músico, que a su vez escuchó de Michael Beinhorn, es: "Nadie está esperando tu nuevo disco y no vas a cambiar el mundo con él. Así que toma el tiempo que necesites y haz lo mejor que puedas hacer." Esta cachetada de realidad es extrañamente liberadora; nadie está esperando nuestra próxima obra, los únicos que tenemos un cronómetro mental cual atletas intentando mejorar sus tiempos somos nosotros. No hará ninguna diferencia lanzar el disco, o la exposición, o el libro tres meses antes. La saturación de información que estás intentando combatir con tu lanzamiento inmediato seguirá ahí si decides posponerlo, siempre habrá un millón de distracciones a nuestro alrededor. Las personas que de verdad quieran escucharte, leerte, o admirar tu trabajo también estarán ahí, y entenderán que todo lo que creas tiene un proceso.


No tengo todas las respuestas y sigo luchando contra el "tormento", pero creo que podemos estar de acuerdo en que deberíamos responderle a nuestro síndrome del impostor así como le responderíamos a cualquier persona que venga a decirnos que no somos suficientes. O por lo menos como respondería Arya Stark: "Not today". Creo que una vida artística o creativa sin frustraciones e inseguridades es prácticamente imposible de vivir gracias a la naturaleza tan personal de nuestro trabajo, pero podemos integrar este lado oscuro que a veces asoma como una parte intrínseca de lo que creamos, aceptarlo y abrazarlo como el eterno balance entre luz y oscuridad que hay en absolutamente todo. Estar en paz con el hecho de que, así como tenemos mucho para ofrecer, tenemos mucho que mejorar y está bien, esto es un gran motivador. No estamos hablando de romantizar el lado oscuro de los artistas, sino de dejar de crearnos falsas expectativas sobre procesos perfectos y trayectorias perfectas que no vamos a poder cumplir. Por último, si alguna certeza podemos tener es que siempre habrá algún artista o creador al que podemos acudir con nuestras penas, ya que cada uno tenemos nuestro propio "tormento" hecho a la medida.



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