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Ceci Jurado

"Guinguiringongo" Emocional


(Post original escrito en julio 2020)




Son días de mucha información y probablemente nada de lo que diga es nuevo pero, como suelo hacer, escribo para saber lo que pienso. Tal vez en el intento, alguien más se sienta acompañado.


Cuando nos exponemos a un peligro o amenaza, la reacción más natural es abstraernos. Alejarnos inmediatamente de lo que nos está causando dolor, como cuando ponemos la mano sobre una superficie caliente y la retiramos en menos de un segundo. Algo así también nos pasa cuando nos dan una mala noticia o cuando nos rompen el corazón; buscamos separarnos de la situación y hacer como si "no es con nosotros". ¿Qué se hace cuando la superficie caliente, la mala noticia, o lo que te rompe el corazón es lo que se vive en tu país? Es imposible abstraerse de algo en lo que estás sumergido por completo. No podemos escapar de la situación que estamos viviendo porque, por primera vez, es una amenaza que no discrimina y afecta absolutamente a todos.


Esta amenaza no solo es nueva, sino que no nos dio periodo de prueba. Muchos creen que dos meses es tiempo suficiente para "tomar todas las precauciones necesarias" para un país (o un continente) entero, pero no es así. Todos estamos aprendiendo sobre la marcha cómo lidiar con un virus que llegó con toda su fuerza y ya nos está costando tanto: nuestra salud y la de nuestros seres queridos, la vida en comunidad, nuestros trabajos, nuestros ingresos para subsistir, y nuestra tranquilidad, por nombrar unos pocos aspectos. Creo que todos nos sentimos permanentemente en una pesadilla de la cual no nos podemos despertar.


Por otro lado, es de situaciones como esta de donde nacen los gestos más grandes de solidaridad, generosidad, y empatía. Es inevitable encontrarnos con los esfuerzos titánicos de personas que están dando su tiempo, energía, y recursos para que a otros no les falte nada: el personal de salud en los hospitales, el personal de limpieza, personas que donan, personas que reúnen las donaciones, personas que las distribuyen, personas que siguen trabajando para que nosotros podamos tener comida en nuestras casas, personas que están utilizando sus talentos y encontrando las soluciones más creativas para cubrir los materiales que hacen falta. Estos esfuerzos, no solo son conmovedores al máximo, sino que han movido a más de uno para ayudar, como una avalancha de compasión que no debería parar nunca.


Sea la parte negativa o la parte positiva de esta pandemia, estamos recibiendo un exceso de información que puede causarle un cortocircuito a cualquiera. Todo esto, mientras intentamos mantener algo de normalidad en nuestras vidas, las cuales han sido completamente interrumpidas de manera indefinida. Un día nos levantamos con la súper habilidad de entregar 2 proyectos, atender 4 reuniones, lavar toda la ropa, cocinar 3 comidas al día, entretener a los niños y jugar Sudoku, y al otro día nuestra definición de "éxito" es cambiarnos de una pijama a otra. ¿Quién puede decir qué es lo correcto en la primera pandemia que amenaza a las generaciones que coexistimos en el año 2020? Solo sé que en estos días he tenido que redefinir lo que toda la vida he conocido como productividad (y el falso sentimiento de valor que esta nos da), inventar nuevas maneras de hacer un trabajo que depende en su mayoría de la interacción social, reflexionar sobre amor propio, aprender a cocinar algo más que un huevo frito, agradecer por las personas en mi vida y soñar con el momento en que las vuelva a abrazar.


Creo que hemos perdido mucho en muy poco tiempo y, como leí en un artículo esta semana, estamos viviendo una especie de luto. Hemos perdido por completo la noción de lo que es un día normal, una rutina, una conexión física con alguien, el sentimiento de seguridad... Estamos teniendo que aprender a balancear nuestras vidas con un enemigo que pesa mucho más en la balanza. O al menos, así se siente. ¿Cómo no vamos a estar atravesando una montaña rusa emocional a diario? Nada de lo que estamos viviendo es lineal: ni la amenaza, ni la recuperación, ni nuestra rutina, nada. Poco a poco iremos aprendiendo a navegar este sube y baja, pero por el momento, lo que más necesitamos es paciencia.


Concluyo invitándolos, si de algo sirve, a que sintamos todo lo que tenemos que sentir. Hagamos todo lo que está a nuestro alcance, y no nos frustremos si no lo está. Habrán días en que nada tiene sentido y otros en que todo tendrá sentido. Si algo podemos rescatar es que nunca se había sentido tanta compañía en pleno distanciamiento. Separarnos físicamente no significa aislarnos; hoy más que nunca necesitamos acompañarnos y hacernos saber que no estamos solos, y que como siempre, todo va a pasar.

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